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La histórica victoria de Arthur Ashe en Wimbledon en 1975

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El 5 de julio de 1975, Arthur Ashe, considerado un claro no favorito, hizo historia al convertirse en el primer y hasta la fecha único hombre negro en ganar el título individual de Wimbledon. En una final memorable, derrotó al campeón defensor Jimmy Connors, quien había llegado al partido sin perder un solo set. Medio siglo después, esta sorprendente victoria se recuerda no solo por el resultado, sino, quizás aún más, por la magistral manera en que fue lograda.

El trascendental partido en la Cancha Central de Wimbledon enfrentó a dos personalidades completamente opuestas: el sereno y analítico Ashe, de 31 años, y el joven e impetuoso Connors, zurdo de 22 años. Su rivalidad iba más allá de las líneas de la cancha; poco antes de la final, Connors había presentado una demanda contra Ashe, entonces expresidente de la Asociación de Tenistas Profesionales (ATP), por supuesta difamación en una carta que criticaba la negativa de Connors a jugar en el equipo de Copa Davis de Estados Unidos.

Ahora, 50 años después de aquella final masculina, tres figuras destacadas del mundo del tenis comparten sus reflexiones sobre cómo Ashe, ganador de tres títulos de Grand Slam a lo largo de su carrera, logró imponerse a Connors, quien ostentaba ocho. Relatan cómo Ashe, de forma audaz, abandonó su característico juego de potencia para dictar el ritmo del partido y dominar a Connors con un marcador final de 6-1, 6-1, 5-7, 6-4. Asimismo, honran el legado perdurable que dejó Arthur Ashe, cuya vida se truncó trágicamente a los 49 años debido a complicaciones relacionadas con el SIDA.

Richard Evans, periodista británico y amigo de Ashe, rememora que estar presente aquel día fue un auténtico privilegio. La audiencia entera quedó atónita, no tanto por la victoria de Ashe en sí –pues aunque no era el favorito, su talento era innegable– sino por la brillantez táctica con la que la consiguió. Evans describe aquel partido como la final de Wimbledon más extraordinaria que jamás haya presenciado, subrayando que la clave de la victoria residió en la profunda inteligencia de Ashe para entender exactamente cómo debía jugar para derrotar a un Connors que en aquel momento era considerado prácticamente invencible.

Chris Eubanks, actual jugador profesional y comentarista, señala que lo común es que los tenistas, especialmente en una final, salgan a la cancha a jugar a su máxima potencia, explotando sus puntos fuertes. Ashe, sin embargo, optó por un enfoque radicalmente distinto. Stan Smith, campeón del US Open en 1971 y de Wimbledon en 1972, y compañero de Ashe en la Copa Davis, añade que Connors, tras ganar Wimbledon en 1974 y encontrarse en un pico de confianza, hizo que la hazaña de Ashe resultara aún más asombrosa.

Richard Evans narra los detalles del plan: la noche antes de la final, Ashe se reunió con su amigo y colega Charlie Pasarell, otro jugador llamado Freddy McNair y Donald Dell, su mejor amigo y agente. Juntos, diseñaron la estrategia. Comprendían que si Ashe se presentaba en la Cancha Central con su estilo habitual, basado en golpes potentes y fluidos, estaría sentenciando su derrota, ya que Connors se alimentaba de la velocidad y fuerza del oponente. La solución fue simple pero revolucionaria: privarle de esa potencia. Para asombro general, Ashe inició el partido jugando “suavemente”: ejecutando dejadas, globos y simplemente pasando la pelota sobre la red. Connors se quedó sin el ritmo y la velocidad que necesitaba para desplegar su juego.

Stan Smith enfatiza que una cosa es concebir una estrategia así, y otra muy distinta es salir a la cancha en la final de Wimbledon e implementarla a la perfección. Esto requirió de Ashe una habilidad excepcional y un toque delicado de la pelota, cualidades que no eran las más prominentes en su juego habitual. Connors quedó visiblemente desconcertado. Se mantenía muy atrás en la cancha, esperando el potente primer saque de Ashe, pero en lugar de eso recibía golpes cortados hacia afuera, lo que lo obligaba a desplazarse lateralmente y dejaba a Ashe con toda la cancha abierta para sus respuestas. Smith está convencido de que Connors esperaba que Ashe en algún momento regresara a su estilo natural y, probablemente, aún hoy se sorprende por la forma en que se desarrolló el partido.

Evans describe este aspecto como el más extraordinario: la capacidad de un campeón, en el partido más importante de su vida, de cambiar radicalmente su estilo de juego. Muchos lo considerarían imposible. Pero Arthur se mantuvo firme en su plan, incluso cuando Connors ganó el tercer set y la presión aumentó. No entró en pánico ni volvió a sus hábitos; persistió con su juego suave, sus dejadas y globos, y Connors volvió a perder el rumbo. Fue, según Evans, el partido táctico más brillante –o, más bien, el momento deportivo más astuto– que jamás haya presenciado. Stan Smith coincide plenamente, afirmando que nunca ha visto nada remotamente parecido: un cambio completo no solo de estrategia, sino de estilo de juego, realizado por un jugador que no era conocido por dominar ese tipo de juego. Fue, en sus palabras, un evento “único e irrepetible”, lo que lo hace aún más fascinante.

Evans recuerda que la multitud estaba desconcertada, pero en general complacida, ya que Ashe era considerablemente más popular que Connors. Ashe mismo, a lo largo de los años, habló a menudo con Evans sobre aquel partido. Ganar Wimbledon era su gran sueño, la cima absoluta del deporte. Habría sido verdaderamente una pena si su ilustre carrera hubiera terminado sin ostentar ese título. Arthur Ashe merecía ser campeón de Wimbledon, y, como dice Evans, “¡Dios mío, se lo ganó a pulso!”.

Stan Smith cree que Ashe sentía un legítimo orgullo por haber logrado desestabilizar a Connors de esa manera. Al reflexionar sobre el partido años después, Ashe se mostraba aún más satisfecho por la forma en que había ganado y por el hecho de que la demanda judicial se disolvió rápidamente después (Connors la retiró poco después de la final de Wimbledon). Ashe no era una persona que guardara rencor a Connors; esa era, según Smith, una de sus grandes virtudes. Comprendía que las personas actúan por diferentes motivos, aceptaba esa realidad y seguía adelante, siempre buscando la manera de mejorar el mundo.

Chris Eubanks califica aquella victoria como un momento de inmensa trascendencia histórica. Si bien su triunfo en el US Open de 1968 fue un hito crucial al ser el primero en la era Abierta, el prestigio y la mística que rodean a Wimbledon son universalmente reconocidos. La victoria de 1975 en Wimbledon encaja perfectamente con la reputación y el legado de una figura que se condujo siempre con la dignidad y la clase de Arthur Ashe. El hecho de que pudiera regresar y ganar Wimbledon siete años después de su primer Grand Slam tiene un toque poético para un estadounidense: conquistar tanto el US Open en casa como los sagrados terrenos de Wimbledon. Para Eubanks, es un honor inmenso poder seguir sus pasos.

Stan Smith expresa su tristeza porque Arthur Ashe no esté presente para ser testigo y celebrar este 50 aniversario de su icónica victoria.

Chris Eubanks está convencido de que el nombre de Arthur Ashe perdurará para siempre. Cree que incluso las generaciones más jóvenes, que quizás no conozcan a fondo su legado, se preguntarán: “¿Quién fue Arthur Ashe y por qué el estadio de tenis más grande del mundo lleva su nombre?”. Y al descubrir todo lo que logró, tanto en la cancha como fuera de ella –como humanista, activista y ser humano ejemplar– queda claro que su impacto trasciende el simple número de títulos de Grand Slam. Lo que realmente importa es la huella que dejó en el deporte y en el mundo. Eubanks cree que ese impacto seguirá inspirando a tenistas, niños y personas de todo el planeta durante muchos años.

Stan Smith describe a Arthur Ashe como una persona sumamente inteligente, siempre al tanto de los acontecimientos globales y con una profunda pasión por ayudar a los demás. Se involucró activamente en la lucha contra el apartheid y en la concienciación sobre problemas de salud como las enfermedades cardíacas y el SIDA. Era un amigo excepcional, con un gran sentido del humor y una capacidad para hacer comentarios muy ingeniosos. Su camiseta favorita, que decía “Ciudadano del Mundo”, reflejaba su visión amplia de la vida, lo cual, según Smith, era lo más admirable de él.

Para Eubanks, lo que hacía único a Ashe era esa calma y esa personalidad imperturbable que exhibía en el calor de la batalla. Nunca permitía que sus emociones lo desbordaran, sin importar cuán estresante fuera la situación o qué tipo de adversidad enfrentara, tanto dentro como fuera de la cancha. Siempre fue respetuoso, siempre un caballero, siempre el modelo a seguir ideal para los jóvenes, y a pesar de todo ello, fue un campeón por derecho propio. Demostró que se puede ser un campeón manteniendo un nivel de respeto, clase y decoro que muchos niños y aficionados al tenis pueden admirar y a lo que pueden aspirar.

Evans añade que Ashe era inmensamente respetado. Arthur mantenía su esencia; siempre supo exactamente lo que quería y cómo conseguirlo. No era una persona ruidosa o dada a las manifestaciones estridentes, aunque es cierto que más tarde fue arrestado en Washington D.C. durante protestas (contra el apartheid en 1985 y por los derechos de los refugiados haitianos en 1992). Evans cree que a Ashe le habría decepcionado que la aparición de más jugadores negros no se hubiera acelerado, pero habría reconocido el enorme progreso logrado en ese aspecto. Desearía más avances y, sin duda, estaría involucrado en programas para ayudar a los jóvenes a desarrollarse en el tenis.

Eubanks concluye que este progreso hacia la diversidad ha continuado creciendo, y para él es un verdadero honor formar parte de este movimiento y ver a las nuevas generaciones. Cree firmemente que para los niños, ver a alguien que se parece a ellos tener éxito en ciertos campos es una inspiración poderosa que los impulsa a involucrarse en ese deporte, a pensar: “Oye, quizás yo también pueda lograrlo”. Ver a más y más personas de color, personas negras, involucrarse en el tenis, amarlo –incluso como simples aficionados– ayuda al deporte a seguir creciendo. Y, según Eubanks, esto asegurará que el significado cultural de los logros de Arthur, Althea Gibson (la primera mujer negra en ganar un Grand Slam, conquistando cinco, incluyendo Wimbledon en 1957 y 1958) y todos los pioneros que les precedieron, perdure por muchísimos años.

By Héctor Benavente

Héctor Benavente vive en la animada Valencia y lleva 12 años trabajando como periodista deportivo en destacadas publicaciones. Su talento especial es encontrar historias inusuales en el mundo del deporte, desde el tenis hasta los deportes extremos.

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